miércoles, 4 de diciembre de 2013

COMO PUEDO SABER CUAL ES LA VOLUNTAD DE DIOS EN MI VIDA PARTE 2

Pregunta: Querido Padre John, ¿Cómo puedo saber cuál es la voluntad de Dios para mi vida? He estado sufriendo físicamente durante casi un año y tanto yo, como muchos otros, hemos orando para que yo sane. ¿Cómo puedo saber si es la voluntad de Dios el que yo continúe sufriendo? No sé si seguir rezando para aliviarme o solamente aceptar este sufrimiento como la voluntad de Dios. En mi oración le pido conocer su voluntad, pero hasta ahora no puedo entender cuál es.
Respuesta: Después de cubrir las ideas básicas respecto a la voluntad de Dios ennuestro anterior artículo podemos ahora contestar tu pregunta de manera directa.

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¿Qué tanto es demasiado?

Entonces, tu primera pregunta puede ser contestada así: Podemos conocer la voluntad de Dios en nuestra vida a través de los mandamientos y responsabilidades de nuestro estado de vida (voluntad indicativa de Dios) y a través de las circunstancias fuera de nuestro control que Dios permite (voluntad permisiva de Dios). El sufrimiento físico que estás enfrentando es claramente una circunstancia que parece fuera de tu control y que más bien cae en la categoría de voluntad permisiva de Dios.
Tu segunda pregunta es más difícil de contestar. ¿Qué tanto tiempo debes rezar para ser liberado de este sufrimiento? Unas pocas reflexiones pueden ayudarte a tener mayor paz en este difícil dilema.

Ora libremente

Primero, orar pidiendo ser librados del sufrimiento está bien. De hecho, esta oración es uno de los primeros frutos del sufrimiento porque a través de ella ejercitamos nuestra fe, esperanza y amor a Dios, junto con las preciosas virtudes de la humildad y perseverancia. En Getsemaní, Jesús oró pidiendo ser librado. San Pablo oró pidiendo ser librado del «aguijón clavado en su carne» (2 Corintios 12,7). Pero esta oración de petición debe siempre ser ofrecida con una condición: «Señor, líbrame de esta aflicción... si es tu voluntad». Debemos confiar que si su respuesta a nuestra oración es «no» o «todavía no», esa respuesta fluye de su infinito amor y sabiduría, aunque no nos guste.

Aceptando la respuesta que Dios nos da hoy

En segundo lugar, mientras Dios no cure tu enfermedad, ya sea a través de un milagro o de los pasos naturales y prudentes que has tomado (atención médica, por ejemplo), sabemos que Él sigue permitiendo tu sufrimiento. En ese sentido, es su voluntad permitir que continúes llevando esta cruz. Entonces, por ahora, ésta es parte de la voluntad de Dios para ti.
Digo «parte» porque la voluntad indicativa de Dios también aplica. Aun en medio de nuestros sufrimientos, debemos luchar por recordar que al seguir los mandamientos y cumplir con las responsabilidades de nuestro estado de vida, estamos glorificando a Dios, construyendo su Reino y siguiendo a Cristo. Debemos tratar de evitar que nuestras cruces nos impidan ver toda la imagen integral de nosotros como discípulos de Cristo (la cual incluye la asidua participación en los sacramentos, la oración y el amar a los demás como Dios nos ama).
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Aprendiendo a vivir con el misterio

Tercero, hablando de manera práctica, no siempre es fácil saber cuándo dejar de rezar pidiendo algo en particular. En el Evangelio, Jesús nos exhorta a «orar continuamente y nunca desanimarnos» (Lucas 18,1) y también nos dice un par de parábolas para ilustrar el punto (ver Lucas 18 y Lucas 11). Él también promete: «Pide y recibirás» (Mateo 7,7). Y, sin embargo, san Pablo tuvo la experiencia de pedir repetidamente a Dios que le quitara el aguijón clavado en su carne y Dios no se lo concedió.
Aquí nos encontramos ante un misterio. San Agustín explica que, algunas veces, Dios se abstiene de darnos aquella cosa específica que le pedimos porque aspira a darnos algo mucho mejor; Él quiere responder al deseo más profundo desde el cual brota aquella petición específica.

Aprendiendo de san Pablo y un consejo práctico

Quizá en tu caso el ejemplo de san Pablo pueda ayudar. Él continuó pidiendo que se le retirara el aguijón clavado en su carne hasta que recibió esta respuesta de Dios: «Te basta mi gracia, pues mi fuerza se manifiesta perfecta en la flaqueza» (2 Corintios 12,9). Con esa contestación, ya no sintió la necesidad de seguir pidiendo que Dios le librara de ese aguijón.
Mientras sientas en tu corazón el deseo de ser sanado de tu aflicción, continúa haciendo tu petición al Señor. Pero para evitar obsesionarse con, o ser confundido por la situación dolorosa y la misteriosa respuesta de Dios, quizá sería de ayuda hacer tu petición con una devoción establecida. Por ejemplo, puedes hacer la devoción de los nueve primeros viernes por esta intención, o puedes rezar una novena al Padre Pio de Pietrelcina o a Nuestra Señora del Buen Remedio durante los primeros nueve días de cada mes. Al enmarcar tu petición de sanación dentro de una devoción de algún tipo, ya establecida, puedes sentirte en paz de que estás haciendo tu parte (perseverando y no descorazonándote) y, al mismo tiempo, no dejar que esta lucha enturbie o domine todos los otros aspectos de tu seguimiento de Cristo.
Ten la seguridad que yo uniré mis oraciones a las tuyas, que la voluntad de Dios se hará y que tú encontrarás la paz que viene del abrazo de Dios, aun cuando compartas su dolor en la Cruz.

Oración de abandono

Amado Padre,
Hoy me abandono a Ti con todo mi ser. Te suplico que mores profundamente en mi corazón. Hoy te digo «sí». Te abro todos los lugares secretos de mi corazón y te digo «entra, Jesús». Tú eres el Señor de toda mi vida, creo en Ti y te recibo como mi Señor y Salvador. No me reservo nada para mí mismo.
Espíritu Santo, conviérteme más profundamente para asemejarme más a Jesucristo. Te entrego todo: mi tiempo, mis tesoros, mis talentos, mi salud, mi familia, mis recursos, mi trabajo, mis relaciones sociales, mis éxitos y fracasos. Los pongo en tus manos.
Te entrego mi visión de cómo debieran ser las cosas, mis decisiones y mi voluntad. Te entrego las promesas que he cumplido y las que no he logrado cumplir. Te entrego mis flaquezas y mis fortalezas. Te entrego mis emociones, mis miedos, mi inseguridad, mi sexualidad. Especialmente te entrego _____________ (Aquí menciona otras áreas según te inspire el Espíritu Santo).
Señor, te entrego toda mi vida, mi pasado, mi presente y mi futuro. En la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte te pertenezco. (Permanece en el Señor en espíritu de silencio, a través de tus pensamientos, de una canción que nace del corazón o simplemente estando en su presencia y a la escucha de su voz).

COMO PUEDO SABER CUAL ES LA VOLUNTAD DE DIOS EN MI VIDA PARTE 1

Pregunta: Querido Padre John, ¿Cómo puedo saber cuál es la voluntad de Dios sobre mi vida? He estado sufriendo físicamente durante casi un año y tanto yo, como muchos otros, hemos estado orando para que yo sane. ¿Cómo puedo saber si es la voluntad de Dios que yo continúe sufriendo? No sé si seguir orando pidiendo aliviarme o solamente aceptar este sufrimiento como la voluntad de Dios. En mi oración le pido conocer su voluntad, pero hasta ahora no puedo entender cuál es.
Respuesta: Está claro que tienes un deseo apasionado de conocer y abrazar la voluntad de Dios en tu vida. ¡Debes estar muy agradecido por sentir este anhelo! Tú tienes «hambre y sed de justicia» (Mateo 5,6), y por tanto, ¡eres bienaventurado!
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La vida espiritual es, en sus elementos más básicos, nada menos que el seguimiento de Cristo, el buscar imitarlo. En el Evangelio leemos que su alimento – aquello que anhelaba y que lo nutría y fortalecía – era «hacer la voluntad de Aquél que me envió» (Juan 4,34). El solo hecho de que hayas enviado esta pregunta es prueba segura de que el Espíritu Santo está trabajando mucho en tu corazón y que estás haciendo el esfuerzo de colaborar con Él. Por otra parte, lo más probable es que la turbación que la situación te está causando no venga del Espíritu Santo. Espero que los pensamientos siguientes te puedan ayudar a tener más paz.
Antes de tratar de contestar la cuestión especifica sobre tu sufrimiento físico, debemos hacer una distinción teológica. La frase «voluntad de Dios» puede causar confusión si no identificamos dos grandes sub-categorías: desde nuestra perspectiva, la voluntad de Dios puede ser indicativa o permisiva.

La voluntad indicativa de Dios

Dios puede indicar que desea que hagamos ciertas cosas –ésta es su voluntad indicativa. En esta categoría encontramos los Diez Mandamientos, los mandamientos del Nuevo Testamento, por ejemplo, «amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Juan 15,12), «Id y haced discípulos de todas las naciones» (Mateo 28,19), los mandamientos y enseñanzas de la Iglesia (por ejemplo el ayuno del Viernes Santo), las responsabilidades de nuestro estado de vida y las inspiraciones específicas del Espíritu Santo (por ejemplo cuando la Beata Madre Teresa recibió la inspiración de iniciar una nueva orden religiosa para servir a los más pobres entre los pobres).
El campo de la voluntad indicativa de Dios es enorme, toca todas las actividades y relaciones normales de cada día que se entretejen en el tapiz de la integridad moral y la fidelidad a la vocación de nuestra vida, además de las infinitas posibilidades de las obras de misericordia (obedeciendo así el mandamiento de «amar a tu prójimo como a ti mismo» (Marcos 12,31).
Sin embargo, el crecimiento en la virtud cristiana no consiste sólo en aquello que hacemos, sino también en cómo lo hacemos, lo que abre ampliamente el campo de crecimiento en la virtud cristiana. Podemos lavar los platos (responsabilidades de nuestro estado de vida) con resentimiento y autocompasión, o bien, con amor, cariño y alegría sobrenatural. Podemos asistir a la misa del domingo (tercer mandamiento y mandamiento de la Iglesia) con apatía y de mala gana, o bien, con convicción, fe y prestando atención.
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La voluntad permisiva de Dios

Pero la frase «voluntad de Dios» también toca otra categoría en la experiencia de vida: el sufrimiento. El sufrimiento, de un tipo o de otro, es nuestro compañero permanente mientras caminamos en este mundo caído.Dios ha revelado que el sufrimiento no era parte de su plan original, sino que fue consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, que desgarró la armonía de la creación de Dios. Su voluntad indicativa a Adán y Eva en el Jardín del Edén fue: «no coman del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal» (Génesis 2,17). Ellos desobedecieron y la naturaleza humana cayó, la creación perdió, el mal logró cierto predominio en la condición humana dando cabida a «la inmensa miseria que oprime al hombre, a su inclinación al mal y a la muerte» (Catecismo, 403).
Aquí es cuando la distinción entre la voluntad indicativa y permisiva de Dios aparece. Dios no deseó ni ordenó que Adán y Eva se rebelaran a su plan, pero permitió que lo hicieran. De igual manera, a través de la historia humana, Dios no desea que suceda el mal (y su consecuencia: el sufrimiento), pero lo permite. Por ejemplo, ciertamente Él no deseó de manera explícita que sucediera el Holocausto pero, por otro lado, permitió que sucediera.
La cuestión de por qué Dios permite el mal, y el sufrimiento que emana del mismo, aun el sufrimiento de inocentes, es una pregunta extremadamente difícil de contestar. Sólo la fe cristiana, en su conjunto, da una respuesta satisfactoria, una respuesta que sólo puede penetrar en nuestro corazón y nuestra mente a través de la oración, el estudio y la ayuda de la gracia de Dios (ver el Catecismo n. 309). Vale la pena mencionar la respuesta que dio san Agustín cuando escribió: que si Dios permite que el mal nos afecte, es sólo porque sabe que puede utilizarlo para producir un mayor bien. Podemos no ver ese bien de manera inmediata, de hecho, podemos no verlo durante todo nuestro peregrinar en el mundo, pero la resurrección de Cristo (Domingo de Pascua) es la promesa de que la omnipotencia y la sabiduría de Dios nunca son sobrepasadas por los triunfos aparentes del mal y del sufrimiento (Sábado Santo).